Siempre pero ya no.
He
pecado en exceso; exceso de no querer o mejor dicho, no querer por si me rompo.
Hace
cuatro lunas que no te escribo. Hace dos sábados que he dejado de buscarte
dentro de mí porque entendí que nunca lo estuviste. Y no estuviste porque yo me
negué a acoger tus caricias en mi vientre y convertir tus dudas en realidad.
Siempre
el miedo me ganó la batalla, bueno, siempre deje que él la ganase. Siempre tuve
miedo al ruido, a la luz que me ofrecía tu piel y a esa manía tuya de llamarme
hogar cuando sabías perfectamente que dentro de estas ruinas no existe ningún
lugar acogedor.
Y
hoy, un día cualquiera de un año que olvidaré cómo olvidé el año en el que
sentí lo que era vivir sin miedo a querer, he decidido mirar dentro de mis
heridas. He empezado a entender por qué mi niña triste grita cada noche a las
dos o por qué me duele tanto el lado izquierdo de mi vida; puse demasiado tarde
la tirita.
Todo
lo que me duelen son las promesas que me susurré a mí misma después de las
caídas. Todo lo que me duele son las ojeras que me arranqué, disimulando que
dentro de mí todo estaba perfecto. Todo lo que me falta es la niña leona que
abandoné en una carretera porque ella tenía la valentía, que a la niña triste
le falta, para enfrentarse a mi guerra interior.
Ya
no busco a salvadores de niñas rotas ni a poetas que intentan reescribir mi
historia. Tampoco a nadie que sea capaz de dibujarme golondrinas en mis muslos
y cuando, todo se va llenando de escombros y recuerdos, los transformé en
cuervos y huya. No quiero despedidas silenciosas que sean como puñaladas a
sangre fría.
He
estado mucho tiempo con los ojos cerrados y el corazón de baja porque nunca he
sabido cómo tengo que querer –creyendo que existía una manera correcta de
hacerlo-. Y lo he estado sólo porque un día quise con todas mis ganas y, acabé con las medias y
la sonrisa completamente rotas mientras en mi alma se abrían las consecuencias de
querer sin pensar, creyendo que los ‘para siempre’ eran de verdad.
Hace
dos lunes que me desperté y no perdí ninguna sonrisa. Hace dos Noviembre que
me dueles menos que a finales de aquel Octubre otoñal. Y voy entendiendo, poco
a poco, que fuimos los dos a la vez quienes huimos de la estación porque en el
fondo sabíamos que ese tren no nos curaría las heridas.
-Te pido, mirándote a los ojos, que vuelvas. Te pido, con la
sonrisa menos desastrosa que ayer, que vuelvas porque hay certezas que llevan
tu nombre y yo, nos las quiero. Vuelve, hay aún silencios que olvidaste y, yo no quiero vivir en ellos.-
Hacía setenta
mil horas que no te pensaba y hoy has vuelto a mí. Hacía dos arañazos que no me dolías y tu
olor ha vuelto a pasear por mi piel; has vuelto porque hasta ahora no había
entendido por qué le habíamos puesto fin a una historia que sólo se encontraba
en el prólogo.
Vuelve. Quiero pasar página y con los recuerdos que te
pertenecen no puedo.
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