Hay desconocidos que consiguen lamer heridas.
Conocí a desconocidos que intentaban
sostener mis alas, impedir que se rompieran y pudiese proseguir su trayecto.
Conocí a miles de desconocidos que sólo querían alojarse un rato en mi corazón,
abrirlo y depositar en él todos sus temores. Conocí a miradas rotas, a labios
que con el tiempo se habían convertido en piedra y a almas que apenas quedaban
restos de ellas.
Conocí a aquellos que de verdad, aún
teniendo sus sueños esparcidos en un océano negro, intentaron como pudieron
rescatarme de que me ahogase; pero todos acabaron yéndose. Conocí a
desconocidos de sonrisa ancha pero un corazón tan pequeño que ni siquiera se le
podía oír como intentaba bombear sangre, salvar la vida que su dueño
desperdiciaba en un bar de mala muerte.
Conocí a desconocidos que sin
conocerles consiguieron resquebrajarme la coraza y sacar todos mis monstruos de
su escondite, que me comiese mi propio miedo y corriese a protegerme con mi
corazón en una mano de todos aquellos cristales que un día casi me convierten
en ruinas.
A pesar de todos ellos desconocidos que
vinieron con intención de acabar conmigo, a pesar de todas las heridas que me
dejaron en la piel de recuerdo, vinieron otros tantos desconocidos con la
intención de curarme, besar las cicatrices y si hacía falta, protegerme de todo
silencio que habitaba en mi interior.
Conocí a desconocidos que una vez que
me salvaron, se marcharon de mi vida; y menos mal. Conocí a desconocidos sin
nombre ni bandera, vagabundos que trasteaban el cajón de tus recuerdos, con el
propósito de encontrar aquella espina negra que no te dejaba respirar. Conocí a
desconocidos que me regalaron versos, caricias y miradas repletas de
música y ganas, pero no tuve el valor de cruzar la acera y huir con ellos.
Y conocí a un desconocido que llego a
ser conocido con tan solo rozarme, con solo mostrarme sus heridas y contarme
que cada una estaba llena de cuentos donde la princesa mataba al príncipe y
huía con el lobo. Conocí a un (des)conocido que supo
leerme con la boca cerrada y los ojos abiertos, que supo en qué lunar se
escondía mi pasado y consiguió deshacerse de él.
Encontré al desconocido que me lamió
las cicatrices, reparo el puente donde mi corazón se comía las dudas mientras
sentía como las tablas de madera temblaban bajo sus arterias. Conocí al
desconocido que calmo a mis demonios con un susurro y varios vasos llenos de
tinta.
Lo (des) conocí durante 365 días,
memoricé cada mueca que aparecía en su rostro, exploré todos los rincones de su
cuerpo, salté de lunar en pesadilla y a la inversa, me tatué su nombre en
mis costillas para no olvidarme nunca de él, y convertí mis mariposas en
palomas blancas.
Conseguimos ser desconociéndonos todos
los días, viéndonos como si fuese la primera vez y tatareando aquellas
canciones que nos recordaban a nosotros. Fuimos sin más, sin puzles que
construir ni jeroglíficos que descifrar. Fuimos desconocidos y conocidos, el
tacón del zapato perdido, la aguja en el pajar que nadie busca porque nadie
cree en ella.
Conocí al desconocido que prometió
quedarse, que no parpadeaba cuando la tormenta se avecinaba, pero, un día
empecé a desconocer al conocido al que llamé hogar cuando la estación se quedó
a oscuras y mis manos dejaron de buscarle porque querían huir de tantas
caricias robadas y de tantos besos que escondían cuervos.
Desconocí al conocido que fue el
causante de mi primer poema y el primer roto de otros muchos que nunca se
arreglaran. Desconocí mi propia vida cuando dejé de esconderme en sus sabanas.
(Volví a encontrarme al conocido que
consigo que me desconociera,
Volví a verme en sus pupilas y no sé si
sabéis que miedo da cuando vuelves
a ver las ruinas que conseguiste vencer
en los ojos de tu verdugo.
Lo conocí durante un segundo, y ninguna
mariposa revoloteo dentro de mí;
Ninguna quiso volver a refugiarse en
cada rincón de su cuerpo).
Foto de Weheartit |
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