Te llamé silencio.

Debería de estar acostumbrada a las despedidas, a no decir hasta luego cuando realmente es un adiós. Debería de desaprender a esperar los trenes en la estación donde los abrazos se convierten en despedidas a largo plazo y los enamorados se matan a besos que se convierten en veneno, cuando se suben al tren sin girar la cabeza hacia atrás.

Debería de saber que nada es para siempre, que por muchos poemas que escriba habrá más versos esperándome en la esquina que caricias en mi cama. Debería de dejar de querer quedarme en portales donde hay ausencia de cartas, porque ya no hay personas que residen en el edificio ni buzones que puedan soportar las despedidas en palabras.

Debería de refugiarme en el silencio después de arrancarme las heridas de cuajo de mi piel, esconderme el miedo en cada sollozo ahogado y tragarme todas aquellas agujas  que se pasean libremente alrededor de mis labios. Debería de no querer quedarme en tu cuello y permitir que el tiempo haga su trabajo, aunque realmente, se le dé bastante mal hacer que olvidé la fecha donde renuncié a ser más mía que suya.

Vuelvo a recibir a la Tristeza con la sonrisa más rota. A abrazar a los demonios que se escondieron en el armario, por miedo a que tanta felicidad pasajera fuese capaz de masacrarlos. Aún hay caricias en mesillas  y llaves de hogares que nunca se sentirán ni se abrirán porque sus dueños ya no quieren ser juntos.

Hay tantas cosas que quedaron por hacer, tanto alcohol al que renunciar para dejar que otros poetas de medias tintas escriban finales en cartas que nunca leerá la chica de sus sueños. Deberíamos de haberles dejado a ellos, que se enfrentasen  con pluma y cenizas mientras nosotros disfrutábamos de eternos atardeceres en tu espalda.

Deberíamos de haber aprendido a que dos rotos juntos, sólo se destrozan  si ninguno de los dos muestra intención de arreglar el destrozo de un antiguo amor.

Y siempre quedaran ganas a las que aferrarse, pero siempre pesaran más los motivos para autodestruirse y dejar que un nuevo día barra  los restos de ilusión. 

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