Ojalá que disfrutes el viaje. Ojalá vuelvas, pero no.
Llegaste, cuando estaba a punto de cerrar por
reformas. Cuando había dejado que mi pluma se secase y la sombra de la niña,
que un día fui, se la llevaba el olvido. Llegaste, sin lema ni música con la
que recordarte, sólo susurrando palabras que empezaron a acumularse en un
rincón de mi vida al observar las ruinas
que se asomaban con curiosidad en mi mirada.
Llegaste y nunca sabré si tenías intención de quedarte o sólo de intentar curar la herida; esa, por la que hoy sigo
sangrando. Te marchaste con las ganas de acariciarla hasta que su existencia
fuese digna de una anécdota de una caída idiota que un día tuve, sin cicatriz
visible ni dolor que atravesara mis costillas cada vez que pusiese mi mano
sobre mi pecho izquierdo; el mismo en el que hoy, sólo hay
vacío.
Llegaste, con la primavera bajo el brazo,
escondida en una piel fría como el hielo. Qué nos paso. Qué no nos paso, me preguntaste, ese día de Septiembre
mientras anudabas tu risa y dejabas que el silencio fuese el rey del momento.
Que dejamos que pasara, dime. En qué mar nos hundimos o cómo permitimos que la
Tristeza venciese esta guerra nunca declarada.
Huiste o dejé que te marcharás, o quizás, fue
al revés. Fui yo quien huí de ti, cuando supe que estabas aprendiendo a leerme entrelineas, cuando te habías hecho un hueco en mi cama y también en mi vida.
Cuando mis demonios salían despavoridos al ver que mi piel empezaba a ser tuya
y que cada palabra que escribía iban por ti.
Me acuerdo de ese mes otoñal, de todos las
balas que disparaste y del repentino sellamiento de mis labios al oír tus
palabras. Dejé que pronunciases un “nos vemos” encubriendo el adiós, que la
buscaras a ella, y me perdieras a mí, que fuese ella quien te curase el alma
mientras yo, me iba pegando los trozos uno por uno.
Permití que te subieras a su tren y dejaras mi
vagón repleto de recuerdos, que pusieras tu mano más en su muslo que en el mío,
que dibujaras el perfil de su rostro en tu cuaderno, o que, de cada cuatro
poemas, tres fuesen sólo para ella; y tal vez, tuviste mejor viaje en su tren
que en el mío.
Llegaste. Y ojalá vuelvas a acabar lo que
empezaste. A volver a quererme. A volver
a quererte queriendo que te quedes para siempre. Sin huidas. Sin roces que
duelan ni espinas que reabren cicatrices. Ojalá volvieras y yo, sin ningún tipo
de miedo, me volvería a tragar la poesía, dejaría los trozos rotos en el borde
de un vaso y esperaría, a que la Tristeza se escondiese en el vuelo de una
falda desconocida.
(Pero ojalá, ojalá, ojalá, que no lo hagas).
Sigo diciendo la verdad entre paréntesis,
a quererme sin verme, y a verte sin querer. Sigo enamorándome de las letras
mientras te busco entre ellas, o más bien, intento encontrar las piezas que
escondiste de mi puzle, que aunque, nunca lo completé, las necesito.
Nunca se sabe lo que es correcto, si que dejarles entrar otra vez en tu vida o no... Por eso es mejor que no lo intenten, así podrás escudarte en que no tuviste elección... aunque siempre te preguntes qué habría pasado si...
ResponderEliminarun besoo!