Vuelvo en cinco minutos, cariño.
Te escribí sin quererlo y casi
sin creerlo. Te escribí, imaginando cómo serían tus besos y cómo dolería leerte
y saber que ninguna palabra era por mi.
Te escribí porque necesitaba sacar
el océano que me ahogaba y enseñárselo a unos ojos ingenuos, que sólo veían paraíso en donde yo veía ruinas
marinas. Te escribí, porque me gusto tu modo de sonreír, tus caricias que aumentaban las
ganas de darte más que unos versos mal escritos.
Te escribí porque tenía el
corazón roto y parecía que tú eras el único valiente que querías arreglar su
desastre interno. Te escribí, sin preguntarme el por qué te dije que te quería entrelineas cuando apenas habías aceptado el reto.
Te escribí no por escribirte, si no para guardarte en
mis recuerdos y que el olvido no pudiese borrarte de mi mente. Te escribí hasta
desangrarme por dentro, hasta casi
convertir mis pesadillas en muñecos con cara de ángel.
Volvería a escribirte, y lo estoy
haciendo, porque no me dueles mucho, como el que me dejo con la palabra en la
boca en un bar de mala muerte. Tampoco eres igual a ese que me prometió la luna
y sólo me dejo el miedo en mi cama, ni
siquiera te acercas al de los ojos con las lágrimas a punto de manchar mi
bonito vestido azul celeste; pero te fuiste.
Igual que ellos, abriste la puerta, me
miraste fingiendo la mirada de ‘vuelvo en cinco minutos, cariño’ y cerraste despacio, como
si creyeras que yo no podía ver la maleta que habías hecho la noche anterior en
tu corazón.
Y todo se derrumbo dentro de mí,
esta vez el océano me golpeo bruscamente, derribo mis defensas, riéndose en mi
cara de mi intento de huir de ella. Ahora todos se parecen a ti y tú a ellos, pero te escribí, porque parecía que pensabas quererme
de verdad y volver en cinco minutos, cariño.
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