Dos consecuencias.
Lo
confieso hace tiempo que no te he escrito, y hoy, precisamente hoy, he vuelto a
caer en la curvatura de tu sonrisa, en los pómulos cada vez que te hacía reír,
o incluso en ese destello que acompañaba siempre tu mirada. Tal vez lo he hecho
para sentirte cerca, al menos, para parecer que aún rondas salvaguardando mi
camino. A continuación, podría ponerte las excusas más incoherentes, para
explicar porque no me he atrevido a tirarme en este precipicio cada vez que te
nombro. Y es simple, nunca te he echado de menos tanto como ahora.
Solías decirme que amar tenía dos consecuencias, la buena y
la mala, pero entre susurros me prometiste que la mala nunca me ocurriría, y
como ves, fallaste, o te falle. Ya no me acuerdo que es lo que produjo que
nuestras manos entrelazadas por caricias eternas, se esfumasen o simplemente se
negaran a seguir juntas.
No me acuerdo quien se llevo la amargura, y el sabor
agrio a una rotura inesperada, y quien, el dolor que vence a la cicatrización de
heridas, más invisibles que tu . Supongo (o quiero hacerlo) que los dos
sufrimos lo mismo a distinta sintonía. Siento que mientras te escribo, un muro
cae, esparciéndose en mil pedazos, y me recuerdan a los castillos de arena, que
por más que deseemos que se queden permanentes, se deshacen, por cualquiera cosa
ajena o por nosotros mismos.
Y lo admito, hace tiempo que deje de sentir, no es que no
quiera, pero no puedo. Las espinas se clavaron decididas a no
desprenderse de mi corazón, sin causar ningún destrozo. Puede que sea porque me
amolde al perfecto tacto áspero que ahora reina en tu recuerdo, y a soltar
miles de lágrimas por una espalda donde mis dedos ya no se deslizaran.
Podría dejarme llevar por el viento, pero el pasado es el pasado, no lo puedo cambiar, pero puedo intentar que el futuro no sea igual.
En ocasiones las lagrimas no nos permiten ven un hermoso anochecer. Es una entrada preciosa, obvio, como siempre.
ResponderEliminarBesos